Hace 45 años, a causa de la colisión de dos aviones estadounidenses, cuatro bombas cargadas de plutonio y otros elementos altamente radiactivos cayeron sobre Palomares, en Almería. Las autoridades franquistas, presionadas por el Gobierno de EEUU no informaron a la población del riesgo que corrían si estallaban las bombas ni de los efectos de la radiación. Tampoco se suministró protección de ninguna clase a las personas del pueblo y a los guardias civiles que participaron en las labores de limpieza, protección que sí llevaba el personal estadounidense, (para los españoles que crean que son de raza blanca, y por tanto, ciudadanos de primera clase en el orden mundial, y que no puedan vivir experiencias como las de Palomares, se les recomienda como alternativa el pase por algún aeropuerto de EEUU o Canadá, donde si tienen la suerte de tropezar con el policía de aduanas adecuado, descubrirán, después de varias horas en un minúsculo habitáculo, rodeados de personas de distintas razas que, a pesar del pasaporte europeo, son “putos latinos”).
Después de 45 años, ya en presunta democracia, seguimos sin saber qué hacían esas bombas encima del territorio español, qué efectos han tenido sobre la salud de la población y sobre el medio ambiente de la zona. Pero todos tranquilos, la ciencia nos conforta: Juan Antonio Rubio, ex presidente del CIEMAT, que sin duda creía que las patatas y las zanahorias crecen en los árboles y que éstos carecen de raíces, ya informó en su día que el plutonio está debajo de la tierra y que si no se escarba no es peligroso; eso sí, habrá que hacer las casas sin cimientos. Por otra parte, la vida del plutonio sólo es de 24.100 años (ya falta menos para que desaparezca por sí mismo) y el que los vecinos lo presenten en la orina puede ser un buen negocio dado su elevado precio (Irán ya ha mostrado interés por la posible recolección).